Un ambiente relajado (luz tenue, temperatura moderada, poco ruido), un horario estricto para ir a la cama y técnicas de relajación progresiva. La terapia cognitivo-conductual, que incluye estos tres aspectos, resulta más eficaz para combatir el insomnio crónico que la administración de ansiolíticos, según los resultados de un estudio.
El insomnio es frecuente en personas de 55 o más años, que habitualmente ven cómo su vida se resiente debido a esta alteración. Un reciente análisis mostraba que los costes médicos directamente asociados con la restricción de sueño suponen cada año en Estados Unidos 13.900 millones de dólares, unos 11.000 millones de euros.
A pesar de todos los inconvenientes que genera el insomnio, la mayoría de las personas que lo sufre permanece sin tratamiento, hasta el 85%. Además, cuando se acude a la consulta de atención primaria en busca de una solución, casi todos los médicos recurren a terapias farmacológicas que, aunque sí han mostrado su eficacia a corto plazo, su uso prolongado está asociado con efectos secundarios no deseables y con un mayor riesgo de dependencia y tolerancia.
Algunos estudios previos habían mostrado beneficios del empleo de la terapia cognitiva para tratar el insomnio, pero ninguno de ellos había comparado esta opción con la farmacológica. Por este motivo, investigadores de la Universidad de Bergen, Noruega, llevaron a cabo un ensayo controlado entre enero de 2004 y diciembre de 2005 para comparar la eficacia, a corto y largo plazo, de estos dos tipos de tratamientos en 46 pacientes con insomnio crónico.
Los participantes fueron asignados a tres grupos: 18 recibieron terapia cognitivo-conductual, 16 tomaron zoplicone (un ansiolítico) y a 12 se les administró un placebo (sustancia inactiva). La duración de todos los tratamientos fue de seis semanas y los dos primeros grupos fueron seguidos durante seis meses.
Sesiones de 50 minutos
La terapia cognitivo-conductual consistió en sesiones individuales de 50 minutos de duración en las que se les enseñó al paciente medidas de higiene del sueño (aprender cómo la dieta, el ejercicio o el alcohol influyen sobre el insomnio); adiestramiento en rutinas diarias (fijar un horario para levantarse y acostarse); reconocer estímulos que favorecen el retraso del sueño (televisión, ordenador, etc. en el dormitorio); identificar, cambiar y reemplazar creencias y miedos en torno al insomnio; y aprender a reconocer y controlar la tensión muscular a través de ejercicios para iniciar una relajación progresiva.
En cuanto al tratamiento farmacológico, se optó por zoplicone, un ansiolítico que los pacientes mayores suelen tolerar bien y que tiende a producir menos efectos adversos que las benzodiazepinas. Además, este medicamento ha sido uno de los más utilizados para el insomnio en Noruega durante los últimos 10 años. Cada semana, los pacientes recibieron una charla de 10 minutos para que pudieran reconocer cualquier tipo de reacción adversa y un médico les suministraba las siete píldoras de 7,5 mg para los siguientes siete días.
En el estudio, publicado en 'Journal of the American Medical Association' (JAMA), se observó que los participantes que recibieron terapia cognitivo-conductual había logrado dormir mucho más, a las seis semanas y a los seis meses, que los que habían tomado el ansiolítico o el placebo. Además, en muchos aspectos zoplicone no fue diferente de la sustancia inactiva.
Cantidad y calidad de sueño
Las técnicas de relajación junto con los otros componentes de esa terapia ayudaron a reducir el número de horas nocturnas que los participantes pasaban despiertos. La calidad del sueño también mejoró (algo que se corroboró a través de diferentes pruebas y mediante los diarios de cada persona). Además, el sueño de un 9% de los participantes que recibieron esta opción terapéutica siguió mejorando con el tiempo. Sin embargo, esa beneficio sólo se observó en el 1% de los que tomaron la medicación ansiolítica.
A pesar de los buenos resultados, los autores advierten que la muestra de pacientes era pequeña y que se optó por la elección de personas con insomnio crónico con lo que no se pueden generalizar los datos a aquellos con problemas de sueño secundarios a trastronos médicos o psiquiátricos. No obstante, el estudio confirma la superioridad de la terapia cognitiva-conductual sobre el zoplicone y el placebo, algo que podría tener importantes repercusiones en la práctica clínica para el tratamiento del insomnio en adultos y ancianos.
Finalmente, los autores apuntan que deberían realizarse más investigaciones para analizar qué factores de la terapia cognitivo-conductual influyen más sobre el sueño para potenciarla en sesiones de uno a dos años de duración después del tratamiento inicial, algo que podría mejorar o mantener los resultados.
Fuente: elmundo.es
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