La ciencia comienza a respaldar con estudios lo que las culturas milenarias han corroborado desde los primeros tiempos: la meditación produce beneficios evidentes para la salud física y mental.
Algunos de los que trabajamos en los ámbitos de la salud mental y física defendimos, siendo tildados de «alternativos», las bondades de la meditación basada en la conciencia de lo que sucede aquí y ahora. Muchos la incorporamos en nuestro trabajo y la diferencia era siempre perceptible. No obstante, la comunidad científica ortodoxa miraba de soslayo nuestras prácticas.
Pero desde hace unos años distintas disciplinas científicas vienen confirmando, en un acto similar a descubrir que el agua moja, los beneficios que ofrecen las prácticas basadas en el cultivo de la capacidad de darse cuenta. Ahora está en boga el concepto de mindfulness, es decir, la capacidad intrínseca de la mente de estar presente y consciente en un momento determinado. Dicho de otra manera, es un estado donde se conjugan una presencia plena aquí y ahora y una conciencia abierta que acoge lo que hay sin juzgarlo. Me referiré a ella de aquí en adelante como conciencia presente.
Debemos este «redescubrimiento» de la conciencia presente por parte de la ciencia, al diálogo que algunos científicos –neurólogos, biólogos, psicólogos, cibernéticos, etcétera– han establecido con diferentes formas del budismo, una tradición que, más allá de los aspectos religiosos, folclóricos y dogmáticos, se ha centrado durante milenios en el estudio sistemático y experimental de la conciencia.
Dicho diálogo se ha dado en gran parte gracias al hecho de que la meditación basada en la conciencia presente es un estado que puede generarse intencionalmente. De esta manera podemos observar, medir y describir las diferencias entre grupos de personas, las que meditan y las que no meditan. Quiero presentarles algunos de los hallazgos que ha arrojado este encuentro entre ciencia y meditación. A cada uno le quedará la misión de experimentar la meditación en carne propia.
Un primero es que la meditación induce estados de activación cerebral, los cuales, con la repetición, transforman las estructuras y optimizan el funcionamiento del cerebro. Un grupo de científicos del Hospital General de Massachusetts corroboró que dichos cambios son proporcionales al número de horas de práctica.
En otro estudio, realizado con un grupo de personas con soriasis, se encontró que las personas que practicaron la meditación se recuperaron de la condición cuatro veces más rápido que los que recibieron tratamientos convencionales.
Estudios posteriores le atribuyeron este poder terapéutico a lo que denominaron «cambio izquierdo»; un incremento en la actividad del lóbulo frontal izquierdo del cerebro. Al parecer, este cambio eléctrico en el funcionamiento cerebral genera en la experiencia del meditador una actitud que es llamada «estado de aproximación». Dicho estado es la base neurológica de la resiliencia o capacidad de afrontamiento. En él experimentamos una profunda apertura y ausencia de miedo; así, afrontamos naturalmente, en lugar de evitarlos, los desafíos.
Se ha encontrado también una correlación estrecha entre el «cambio izquierdo» y el incremento de la capacidad inmunológica. La meditación nos hace más resistentes, no solo mental sino también físicamente. Investigadores de la Universidad de California encontraron que la práctica de la conciencia presente incrementó los niveles del sistema inmune, incluso en personas infectadas con el VIH.
Otros estudios realizados en el Mindful Research Center, de la UCLA, mostraron cómo las personas que practican la conciencia presente adquieren una creciente sensación de estabilidad y claridad mental. Tanto adultos como adolecentes con problemas de atención mejoraron sus funciones ejecutivas (sostener la atención, reducir la distracción) en mayor medida que con tratamientos farmacológicos.
Por otro lado, investigadores del ámbito de la salud mental encontraron que la práctica de la conciencia presente, incorporada a sus terapias, ha sido determinante para el tratamiento de condiciones tales como el trastorno obsesivo compulsivo, el trastorno de la personalidad, la farmacodependencia y la depresión.
Puedo decir, apoyado por los estudios experimentales, lo que antes solo podía decir como «terapeuta alternativo»: no existe un remedio más sencillo y transformador que la práctica meditativa de la conciencia presente.
Haga de una práctica meditativa algo tan esencial e importante como desayunar o dormir. Si no logra la iluminación, al menos la paz y salud serán su recompensa.
¿Cómo empezar?
Siéntese cómodo con la espalda derecha durante cinco o diez minutos. La posición debe ser relajada y firme; el mentón un poco metido y la coronilla apuntando al cielo. Las manos descansan en el regazo.
Siga con atención la respiración natural que entra y sale por la punta de la nariz. Si llegan pensamientos, no trate de controlarlos, déjelos pasar naturalmente.
Luego de unos minutos, observe lo que sucede en su conciencia sin aferrarse a nada y sin rechazar nada. Solo suelte y observe, no importa si lo que aparece es agradable o desagradable.
Trabaje alternadamente el hecho de estar presente aquí y ahora, con el hecho de tener la conciencia abierta a lo que sucede, sea en el cuerpo, en los sentidos o en la fantasía.
Desidentifíquese de los fenómenos que surgen en su conciencia e identifíquese con el espacio consciente donde surgen estos fenómenos.
Busque un guía cualificado, de una tradición reconocida. Existen farsantes que andan enseñando sin tener idea.
Vía cromos.com.co
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