No todas las personas se benefician de la misma manera de esta práctica. Un correcto diagnóstico y la evaluación de cada caso en particular son requisitos indispensables.
Antes llamado trastorno de angustia, el pánico es el trastorno psicológico de moda. Aproximadamente un 10% de las personas han tenido alguna crisis, mientras que el trastorno (patrón panicoso ya establecido) tiene una prevalencia de un 1,5% a un 3,5% anual.
Su aparición puede ser temprana, en la pubertad inclusive, pero es más común a partir de los 18 años y hasta los 30. Los ataques o crisis de pánico generalmente aparecen de repente y pueden alcanzar su máxima intensidad en unos 10 minutos. No obstante, pueden continuar durante más tiempo si el paciente ha tenido el ataque desencadenado por una situación de la que no es o no se siente capaz de escapar.
Algunos de los síntomas son: a) palpitaciones o elevación de la frecuencia cardíaca, b) sudor, c) temblores o sacudidas, d) sensación de ahogo o falta de aliento, e) sensación de atragantarse, f) opresión o malestar en el pecho, g) náuseas, h) inestabilidad, mareo o sensación de desmayo, i) sensación de hormigueo, j) escalofríos, k) percibir las cosas o a sí mismo de forma extraña l) miedo a volverse loco, morir o perder el control.
¿Cómo detectarlo?
La intensidad del pánico y la invalidez que produce en quien lo padece hace que pueda ser diagnosticado con cierta facilidad. Existen algunas personas que presentan síntomas leves o algo ambiguos, pero por regla general toda sensación física que impulsa a la persona a la evitación (de situaciones, de la experiencias que considera lo dispara) tiene un sesgo panicoso. Quienes padecen pánico pueden tenerlo con agorafobia (temor a los espacios abiertos, como por ejemplo salir de la casa) o sin ella.
Muchos profesionales de la salud (especialmente en zonas rurales) aún no saben diagnosticar el pánico y mantienen conceptos como “histeria”, “somatización” y otros aún más violentos y descalificadores como “locura” o “despersonalización”.
Me ha tocado presenciar, en mi época de psicólogo en Salud Pública, charlas de médicos donde se menospreciaban los síntomas o se los atribuían a una personalidad enfermiza.
Pero vayamos al punto que más nos interesa en esta columna.
¿Meditar sí o no?
En principio es necesario una consulta psicológica/psiquiátrica para encontrar un diagnóstico diferencial. Este paso es inevitable porque además el trastorno de pánico tiene comorbilidades (trastornos asociados) como la ansiedad generalizada, trastornos de ánimo y fobias.
Luego es conveniente iniciar una psicoterapia de orientación cognitiva (reportadas como las más eficaces para estos casos) para el control de los síntomas y recién después evaluar la posibilidad de iniciar una práctica meditativa.
Inicialmente se debe trabajar con ejercicios de concentración y en lo posible no dirigir la atención al cuerpo en exceso. Por eso la meditación Mindfulness no es conveniente en su formato original en esta instancia. Más bien es posible trabajar con algunos conceptos psicoeducativos que le permitan al paciente.
Si nos detuviéramos a observar el cuerpo, la persona podría comenzar a “hipervigilarse”, esto es, buscar obsesivamente señales de posible pánico en su cuerpo. Sólo cuando la psicoterapia ha logrado una contención de la sintomatología aguda en el panicoso y una comprensión de su padecimiento, podemos comenzar a realizar una práctica más intensa donde incorporemos la respiración, la toma de conciencia del cuerpo y por supuesto, de los estados emocionales y los pensamientos.
Ver cada caso
De todas formas, es necesario evaluar el impacto de la meditación en cada persona con pánico.
No todas las personas parecen beneficiarse igualmente de la meditación, y quizás técnicas que incorporen el componente reflexivo/relajante pueden inclusive ser más efectivas en ellos. Me refiero al yoga, los masajes terapéuticos, la práctica de los mandalas (figuras que requieren alta concentración para ser completados) y otros.
La ventaja del Mindfulness es que, una vez encontrado cierto equilibrio emocional/sensitivo, permite un manejo más adecuado de toda la dinámica mental ansiosa, mejorando notablemente la calidad de vida de los pacientes.
A manera de cierre, es necesario el asesoramiento profesional y de expertos en meditación con criterio científico para tratar con extrema precaución estos casos de manejo difícil pero que pueden verse tan beneficiados por este aporte de la meditación a sus vidas.
Via clarin.com
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