El cerebro adulto puede cambiar de forma a partir de estímulos externos; algunos de ellos incluso son capaces de producir cambios en el tamaño cerebral. Esto corresponde a un nuevo concepto llamado neuroplasticidad. Si bien era un concepto que se pensaba en el desarrollo embrionario y en la niñez, hoy se ha extendido aún a los cerebros envejecidos.
Es así como personas que adquieren determinada destreza (por ejemplo un pianista) desarrollan sus cortezas motoras a partir de nuevas conexiones de sus neuronas, lo cual agranda levemente sectores motores del cerebro.
Por el contrario, problemas tales como haber padecido un trauma en la vida que desencadene un estrés postraumático y ansiedad crónica al revivir la situación estresante en forma reiterada, generan una disminución del tamaño de cierta parte del cerebro que sirve para el funcionamiento de la memoria consciente, produciendo a su vez procesos de pérdida de recuerdos.
Ahora que la neurociencia está avanzado en nuevos proyectos, se produce una gama más interesante de estudios sobre muchas actividades que años atrás hubieran sido impensadas. Así cuando en el año 2005 se presentó el Dalai Lama en el congreso de la Sociedad de Neurociencia de Estados Unidos (quizá el congreso más importante de neurocientíficos), muchos de los concurrentes pusieron el grito en el cielo. Pero cuando se comunicaron los estudios que se están llevando a cabo —que implicaban imagenes funcionales del cerebro y electroncefalograma más complejos que los convencionales— la cuestión fue cambiando.
Desde los budistas y los yoguis a los filósofos fenomenólogos se han aplicado procesos de introspección a partir de diferentes concepciones del funcionamiento del cuerpo humano. Tal es así que en un estudio de la Universidad de Emory (Atlanta) fueron analizadas neurobiológicamente diferentes tipos de meditaciones, las cuales implicaban la meditación focalizada (que consiste en concentrarse en un solo punto), la meditación de consciencia plena (en la que se debe atender en forma sostenida todos los estímulos externos e internos sin distraerse por los estímulos externos) y la meditación compasiva (que considera ponerse en el lugar del otro, cultivando un sentimiento de bondad hacia terceros, sean amigos o enemigos).
Si bien los resultados fueron diferentes en cada uno de los estudios, en todas se beneficiaron áreas cerebrales intelectuales aumentando de tamaño y disminuyeron áreas relacionadas con la ansiedad tanto en su función como en su tamaño. Esto redunda en una mejoría de la funciones cognitivas y emocionales, con mejores resultados ante tests de reacción así como mejoría en los procesos emocionales y aun en los tratamientos de problemas afectivos. Se ha planteado además una posible mejoría en la actividad celular, disminuyendo los procesos de envejecimiento de las células; es decir que la meditación podría a su vez modificar los procesos de envejecimiento cerebral.
En el mismo sentido existen estudios que muestran al yoga mitigando el estrés y aumentado el bienestar. En neuroimágenes realizadas a yoguis se aprecia un aumento de las áreas cerebrales dedicadas a la memoria y de las sustancias endógenas (una especie de clonazepam interno) que calman la ansiedad. Se plantea al yoga como apoyo posible en tratamientos de la angustia y la depresión.
Son interesantes también los proyectos que plantean los procesos de meditación para el enlentecimiento del envejecimiento cerebral, que repercutiría en el resto del cuerpo.
Si bien el estudio neurológico de las prácticas contemplativas y el cerebro es una ciencia que recién comienza y faltan estudios a largo plazo, ya nadie duda de los beneficios que pueden generar los procesos de meditación para una vida y un cerebro más sanos.
Via diariobae.com
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