El mindfulness es básicamente una técnica de meditación que consiste en focalizar la atención mientras se observa el fluir de las sensaciones, o de la corriente de pensamientos en uno mismo, o se percibe algún objeto o estímulo externo. La persona que practica esta forma de meditación trata de lograr con ello un mayor nivel de autoconciencia y auto-reflexividad, a la vez que enfocarse cada vez más en el momento presente, viviendo plenamente cada experiencia a la que se ve expuesto. Las terapias o los entrenamientos basados en el mindfulness suelen combinar esta práctica de la atención plena o focalizada, además, con elementos del background de la psicología positiva tales como el énfasis en la apertura a la experiencia, la receptividad y aceptación, la compasión o la gratitud.
Cada vez más, parece que existe una amplia evidencia de los efectos beneficiosos de la práctica de la meditación sobre la salud y el bienestar tanto físico como psicológico. En distintos estudios se ha comprobado empíricamente la eficacia del mindfulness en el manejo de emociones, contribuyendo –por ejemplo- a la reducción del estrés o la mejora de estados de ánimo depresivos, y facilitando la prevención, el afrontamiento y la recuperación en determinadas patologías médicas, posiblemente a través de la mejora de la respuesta inmune y de la reducción de los niveles de estrés.
Lisa Kilpatrick y su equipo de la Universidad de California-Los Ángeles han llevado a cabo un interesante estudio en el que tratan de analizar los cambios que la práctica del mindfulness pueden facilitar en determinados procesos cerebrales subyacentes. Para ello han empleado una técnica de neuroimagen –la imagen de resonancia magnética de conectividad funcional (fcMRI)- que permitiría la identificación de redes neuronales que trabajan de manera conjunta en el cerebro. En la literatura previa, según recogen Kilpatrick et al. (2011), ya se han identificado algunos de los efectos que la meditación tendría sobre nuestro cerebro. Por ejemplo, el mindfulness se asocia a una mayor activación en las regiones frontales y temporales y al aumento del grosor cortical en áreas como la ínsula anterior –relacionada con la interocepción-, las áreas cerebrales del córtex frontal implicadas la integración de emoción y cognición, y las áreas corticales sensoriales. Su estudio, sin embargo, ofrece una perspectiva diferente al estar orientado hacia la detección de cambios en la organización funcional del cerebro como resultado de la práctica del mindfulness.
Los investigadores llevaron a cabo un diseño cuasi-experimental en el que participaron 32 mujeres de entre 21 y 55 años. Las participantes fueron asignadas aleatoriamente a dos grupos, uno de los cuales recibiría un entrenamiento en mindfulness –siguiendo el programa desarrollado por Jon Kabat-Zinn– durante 8 semanas mientras que el otro grupo aguardaba ese tiempo como lista de espera para recibir el curso. Tras las 8 semanas, los investigadores llevaron a cabo la prueba de imagen de resonancia magnética mediante la cual trataban de testar si se podían identificar diferencias en la actividad funcional cerebral de las participantes que recibieron el entrenamiento y aquellas que actuaron como controles. Este escáner se llevaba a cabo mientras los sujetos realizaban un sencillo ejercicio de mindfulness, en el que se les pedía que focalizaran su atención en los estímulos auditivos del entorno. Los resultados obtenidos indicaron la presencia de diferencias significativas en la conectividad intrínseca de las redes neuronales de ambos grupos de participantes, fundamentalmente en aquellas redes que los investigadores identificaron como audición/saliencia y medial visual (véase imágenes adjuntas). También se observaron diferencias significativas en las redes de control ejecutivo, senso-motora y visual lateral.
Tales alteraciones de la conectividad funcional intrínseca parecen apuntar –según los autores- a que en correspondencia con la práctica de la meditación se habían producido cambios en la conectividad funcional del cerebro de aquellos participantes que habían recibido el entrenamiento, reflejando un foco atencional más consistente, la mejora del procesamiento sensorial o la autoconciencia de la experiencia sensorial. Estos resultados y conclusiones –si bien suponen una muy interesante contribución para entender mejor los efectos del mindfulness en nuestro cerebro- no están exentos de limitaciones. Algunas de ellas, como ha señalado Micah Allen, harían referencia a la falta de una medida de imagen de resonancia magnética pretest o a la adecuación de la tarea que los sujetos realizaban mientras se realizaba el escáner.
Via psynthesis.wordpress.com
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