Meditación. Sé lo que piensas cuando estas diez letras suenan una detrás de otra: monjes tibetanos levitando, largas túnicas de escaso criterio estético y posiciones imposibles para las rodillas del humano medio. Suena agradable en tus oídos pero sabe a concepto lejano, a espiritualidad incompatible con la vida moderna, solo al alcance de superhéroes orientales ermitaños. Lo sé porque, hasta hace unos meses, mis imágenes mentales sobre la meditación eran exactamente las mismas. Pero haría falta muy poco para quebrar todos y cada uno de estos prejuicios.
Descubrí la meditación como se descubren casi todas las cosas buenas: por accidente. En aquel entonces aún no entendía la magnitud del poder que la ansiedad, los pensamientos obsesivos y las acciones compulsivas tenían sobre mí. Con todos sus inconvenientes, aquello era para mí la vida tal y como debía ser, con sus alegrías fugaces y sus angustias permanentes. La vida de todo el mundo, pensaba, llena de prisas, estrés y continuas insatisfacciones. Por eso, cuando me recomendaron Headspace, una preciosa aplicación de meditación, no hice el menor caso.
Un buen día, sin embargo, algo explotó dentro de mí. El modo en que vivía no me estaba haciendo feliz y estaba decidido a dar un giro de 180 grados. ¿Pero cuál era el siguiente paso? ¿Acudir a un psicólogo? ¿Entregarme a la paleolife? ¿Inyectarme dopamina vía intravenosa? Instalé aquella aplicación, probé un pack de diez sesiones guiadas y un estallido de luz me iluminó el alma. Entendí, casi inmediatamente, que la meditación no era esa técnica alienígena o divina que había imaginado. Que la meditación, después de todo, solo era un acceso a ese yo que vivía sepultado por millones de pensamientos y emociones.
Porque nos ocurre a todos: las voces internas nos desbordan, agobian y confunden. Nuestra mente es una carretera atestada de un tráfico ruidoso y constante. Nosotros estamos en mitad de esa carretera, tratando de alcanzar algunos coches, tratando de parar algunos otros. Formando parte de la vorágine. Y eso, como bien sabes, resulta agotador. En lugar de eso, Andy Puddicombe, creador de Headspace, me enseñó una alternativa: dejar de perseguir el tráfico mental y sentarme a observarlo a un lado de la carretera. Dejarlo ir y venir, sin juzgarlo.
Esto, sentí entonces, era la meditación.
Un par de semanas después, mi percepción de la vida había cambiado por completo. A la meditación añadí lecturas como El Poder del Ahora, de Eckhart Tolle. Eché la vista atrás y vi cuanta energía había malgastado construyendo y perfeccionando el futuro. Cuánto esfuerzo había empleado en fabricar una hipotética felicidad que en realidad siempre había estado dentro de mí. Cuánto sufrimiento había soportado por anticiparme a problemas que no podía solucionar porque todavía no existían. Era triste asimilarlo, pero ser capaz de hacerlo era un paso gigantesco. Y había sido capaz gracias a todo ese aprendizaje.
La meditación no es milagrosa. La meditación requiere disciplina, requiere que percibas tu mente y tu cuerpo en todo momento. Para que cuando comas, degustes la comida. Para que cuando leas, disfrutes cada palabra. Para que cuando escuches a tu pareja, le entregues el cien por cien de tu atención. Pero no se trata de juzgarte. Se trata de observarte para darte cuenta de cuándo has dejado de estar ahí, de cuándo has viajado al paso siguiente, a la hora siguiente, al mes siguiente. La verdadera paz y la verdadera alegría están en el ahora.
El entrenamiento no termina nunca. La meditación es a la mente lo que el deporte al cuerpo. Si corres 10 minutos no vas a notar nada, pero si lo haces deporte con regularidad la diferencia en tu vida será abismal. Yo, cuando medito, cuando consigo estar presente, la ansiedad y todos los demonios que la siguen desaparecen. No hay lugar para ella en el ahora porque el ahora tiene todo lo que necesito. Sin embargo, cuando abro los ojos, me levanto y regreso a mi día a día, la ansiedad regresa. Por eso la meditación debe ser algo más que una técnica aislada: debe ser un estilo de vida. Debo practicarla cuando cepillo mis dientes, cuando bailo y cuando camino. Debo abrazarla con amor. De este modo, mi vida estará bien, mi vida estará a salvo.
Fuente codigonuevo.com
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